miércoles, junio 14, 2006

Hoy hace 20 años...


Hoy se cumplen 20 ciclos solares de este planeta sin el extraordinario escritor, el Maestro Borges.

No puedo ocultar que es mi autor de habla hispana favorito; talvez por eso no pueda ser objetivo. Es cierto que su literatura causa polarización, muchos la amamos otros la desprecian, pero prácticamente a ninguno le es indiferente.

La obra del autor del Aleph se caracteriza por los cuentos cortos, cortos en extensión, empero, son enormes en cuanto a contenido, si puede existir un calificativo para ellos, sería que son densos, en el mejor sentido de la palabra, pues conglomeran una cantidad de información impresionante en un corto espacio. En estos, usando desde una sóla palabra, una frase o todo un polisíndeton nos da pistas, a través de simbolismos y complejidades, nos lleva con ese mensaje encriptado a un mundo de conocimiento abierto sólo a los que tengan la voluntad de atreverse a aprender y aprehender la herencia de sus palabras.

Un cuento de Borges no puede leerse una sola vez, tampoco deben leerse muchos consecutivos y no sólo por su dificil lectura, o porque podamos saturarnos rápidamente y perder la perspectiva, pudiendo convertir un arte en un fútil ejercicio, sino porque encontramos en cada línea siempre algo nuevo que brilla en ese aglomerado de erudición.

"Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído", dijo Borges alguna vez. En este aniversario no tenemos efugio para no retornar a sus libros. Una gran forma de crecer.
Les dejo este pequeño poema del genial argentino:


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El hacedor
Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.

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